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Por la libertad de la literatura española

Espero que Bayer, allí donde esté, no se me enfade por el título de este escrito, que he tomado por mío, porque siendo yo indigno, me veo obligado a tomar prestado lo que otros ya han dicho; que todo esto lo hago porque la situación lo requiere y no tengo exceso de ideas. En fin, estaba yo leyendo El Quijote, perdido entre las aventuras del loco hidalgo y su fiel escudero Sancho, cuando he caído en la cuenta de lo mucho que hemos perdido; esto es, el lenguaje y el estilo del castellano, no los sucesos de los mencionados personajes, que tengo bastante con leerlos porque yo, como Sancho, soy hombre inclinado a la calma y muy sosegado. Me ha sorprendido el lenguaje de los personajes de eso que llaman vulgo, vocablo exento de connotaciones negativas, porque hereda su raíz de la palabra vulgus, que no es otra cosa que pueblo, que con tantas fatigas ha sostenido a los que se han dado a la ociosidad y al capricho. De estos últimos yo ya conocía sus buenas costumbres y maneras, pero Cervantes me ha hecho recordar lo bien educados que estaban en el arte del bien hablar, también llamada retórica, los que solo tenían la azada por libro; que quizás sea yo el que les tenga en demasiada estima, porque mi linaje está más próximo a estos que a los anteriores, y siempre se guarda mejores simpatías por los que son iguales a uno. Pero creo que no se encuentra mi juicio del todo viciado porque veo que en sus pláticas y formas cosas notables y destacables, aun cuando tienen algún error, como aquel cabrero que contaba la historia de Grisóstomo y Marcela, y no por ello dejó de gustar al ingenioso hidalgo, que también le supo reconocer la buena gracia que tenía.

Y leyendo yo el suceso y gozando de del buen hacer del cabrero, se me encendía la nostalgia; la añoranza de una España que fue, que pudo y ya no será, porque teniendo entre nuestros ancestros a tantos maestros de la pluma, los más principales de entre los primeros, duele ver en qué estado se encuentran las letras en España. Y me temo que mayor desgracia encontrarán, pues desde hace mucho no reciben la atención necesaria, siendo esto especialmente perjudicial para el vulgo; al fin y al cabo, los que tienen nunca han necesitado del todo a las letras, porque la hacienda les va con la sangre y, de verse necesitados de buen gobierno para su república, siempre pueden disponer de algún pobre diablo que la lleve por ellos a cambio de no mucha soldada.

La masa está hoy huérfana de conocimiento porque los poderosos a una, como en Fuenteovejuna, han decretado acabar con lo poco grande había en España. En tan solo unos años, pocos serán los que tengan recuerdo de Cervantes, casi ninguno de Gracián, y muchos menos de un Sebastián, que fue el primero en apreciar al castellano como aquello que ciertamente es, un tesoro sin igual. Llegados a este punto, debería el lector acompañarme en mi llanto porque es importante saber que el saber sirve mucho al vulgo; bien vale más que mil haciendas porque lo primero no se pierde nunca mientras que lo segundo se arruina con frecuencia, aun cuando cuenta con buen rector que las guíe, que es público y notorio que Fortuna no siempre se muestra a los ojos del hombre y las más de las veces está uno obligado a vivir sin su compañía.

La educación del reino ha degenerado en los últimos años, avasallada por el linaje de los Ismos; algunos ya con cierto renombre de un tiempo a esta parte, aunque ha sido recientemente cuando han recibido título de grandeza, erigiéndose como los primeros de la res publica. No los citaré yo por no darles publicidad y no hacer más daño, pues es sabido que no hay que mentar la soga en la casa del ahorcado; me limitaré a recordar que el ejercicio de su gobierno mengua la cultura y libertad del pueblo, que entrega con gusto en el pechar mientras se estrechan las formas, el vocabulario, las expresiones y el hablar, que tanto bien hace a los que tan poco tienen. Y debía ser esto motivo de pena y llanto, más sabiendo lo que muchos han dado por dejar el nombre de la lengua castellana en lugar alto aunque, bien pensado, tal vez deba cesar yo el llorar porque, como ya han dicho otros, no hay mal tan malo de que no resulte algo bueno y, a Dios gracias, al pueblo no se le secará el cerebro por la fatiga del estudio, como le acaeció a Alonso Quijano, llamado el Bueno.

10 respuestas a “Por la libertad de la literatura española”

  1. ¡Grandioso artículo!

    Somos más de los que parece los que compartimos ese dolor por la innegable ruina del conocimiento y la cultura española (y general). Muchas veces tendemos a sentirnos solos al ver la mediocridad que nos envuelve, la primacía del dinero y el profundo miedo de unos hacia otros que hace que casi todo se reduzca a lo meramente protocolario. Tras esa apariencia, sin negarle una temible veracidad, creo que se oculta mucho de valioso, grandes valores y gran inteligencia que la dinámica (o mejor dicho la anquilosante estática) de esta sociedad impide que afloren en el día a día que vivimos. Lo compruebo cuando a veces veo ideas e inteligencia en otros que no puedes apreciar hasta que no les conoces. No obstante, es cierto que incluso esto es minoritario y que la poderosa tiranía de los antivalores que hoy imperan está implantada en incontables telencéfalos.

    No decaigamos por ver el mal, más bien ayudémonos unos a los otros, porque nada tan poderoso como la comunicación y la conexión entre quienes tenemos afinidad de percepciones y motivaciones. Confiemos que de esta tormenta saldrá un brillante sol, y no un arcoiris ideológico.

    ¡Ánimo!

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    • Pues la verdad es que ando liado. Entre el trabajo y la tesis no tengo casi tiempo. Es verdad que el ánimo lo tengo algo bajo, porque me cuesta mucho que me lean. (Es un currazo). De todas formas volveré a escribir, aunque me va a costar mantener el ritmo.

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